Por: Julian Capera Barrero
Universidad Jorge Tadeo Lozano - Bogotá
Especial para 'El Rincón del Vinotinto'
Especial para 'El Rincón del Vinotinto'
--El insulto--
El reloj había marcado ya las 4 de la tarde de aquel 7 de julio, era una de esas fechas que han de convertirse en peldaños de la historia. Cualquiera de las columnas del estadio Manuel Murillo Toro servía para huirle a la ferocidad con la que el sol golpeaba esa tarde en Ibagué.
Las graderías empezaban a llenarse de rostros sudorosos, ceños fruncidos y sonrisas ansiosas. El Deportes Tolima estaba a un paso de la final. Con el correr de los minutos una espesa mancha vinotinto iba ocultando los viejos escalones, casi siempre vacíos, del máximo escenario deportivo de los tolimenses. Juan Manuel, un niño de 12 años y sonrisa dispareja que delata su ingenuidad, vaciaba una bolsa de agua sobre su cabeza mientras discutía con hombres seis veces más viejos que él la alineación que debería utilizar el equipo de sus amores. En su mano derecha tenía una bandera que le cosió su abuela con retazos de tela que consiguió y en la izquierda, un sombrero safari saturado de Vinotinto y oro, como su camiseta, sus cuadernos, su habitación y su corazón.
Las graderías empezaban a llenarse de rostros sudorosos, ceños fruncidos y sonrisas ansiosas. El Deportes Tolima estaba a un paso de la final. Con el correr de los minutos una espesa mancha vinotinto iba ocultando los viejos escalones, casi siempre vacíos, del máximo escenario deportivo de los tolimenses. Juan Manuel, un niño de 12 años y sonrisa dispareja que delata su ingenuidad, vaciaba una bolsa de agua sobre su cabeza mientras discutía con hombres seis veces más viejos que él la alineación que debería utilizar el equipo de sus amores. En su mano derecha tenía una bandera que le cosió su abuela con retazos de tela que consiguió y en la izquierda, un sombrero safari saturado de Vinotinto y oro, como su camiseta, sus cuadernos, su habitación y su corazón.
Al otro lado de la hierba hirviendo, el camerino norte: recinto custodiado por muros de ladrillo, con casi 60 años de historias. Muros teñidos de excremento de paloma que denuncian el paso del tiempo, a los que los niños se acercan con la ilusión de un autógrafo y en los cuales se recuestan los periodistas a esperar aquellas voces que llenarán los oídos de la afición y las barrigas de sus hijos. En aquellos muros un portón de metal por el cual ingresaban los protagonistas, los dueños del espectáculo, los jugadores. El bus del equipo arribaba al estadio luego de recorrer las vías de una ciudad que le hacía calle de honor con banderas y bocinas. Carlos Castro, director técnico del Tolima, entró al camerino rumiando una preocupación que se haría insoportable con el correr de los minutos: “En el bus no vi lo que sentía como jugador cuando me dirigía a un partido de estas características. El equipo estaba apático, silencioso”. Adentro, lejos de los ojos expectantes de la afición, Castro se dirigía a sus jugadores con la autoridad y el afecto de un padre: “Vamos mis guerreros”, recuerda que les decía, mientras subía el volumen del equipo de sonido para animar a sus dirigidos. Todo estaba dispuesto para que ese fuera un gran día. Quizá todo menos los encargados de hacerlo realidad.
Faltaban solo minutos para que rodara el balón. Daniel Arbeláez, trompetista miembro de la barra popular del Deportes Tolima, cuenta que luego de eludir la “represión de los policías, en muchos casos provenientes de otras ciudades, hinchas de otros equipos”, la banda musical de la Revolución Vinotinto Sur, máxima agrupación de hinchas de Ibagué, hizo su ingreso captando la atención de todos los asistentes. Aquellos instrumentos, ingresados y requisados dos días antes por disposición policial, “no son los más afinados, pero son una extensión del alma”, dice con una breve sonrisa que delata su orgullo. Adelante los vientos, luego una línea de bombos “que llevan el ritmo del corazón”; atrás la fila de redoblantes y la línea de platillos. “Un carnaval de alegría popular. Una pasión con la que se nace”, expresa Carlos Rojas, Carlitos, un hombre cercano a los 40 años, de barba espesa y elocuencia académica, reconocido en la ciudad como uno de los rostros visibles de la Revolución. Quienes no tocan entran cantando, dando gritos concebidos en lo profundo del alma, que salen a flote al declararle su amor a todo ese conjunto de cosas que es el Deportes Tolima. Un amor expresado en coros adaptados o compuestos por aquellos que encuentran en el fútbol un escape pasajero a la crudeza de su realidad. Para Carlitos, “La barra se compone en su mayoría por jóvenes de los sectores más complicados de la ciudad, pero logra reunir a gente de toda clase en torno a una misma pasión”. Sin duda una cuestión de afecto resumida por Daniel con la resignación de un enamorado: “Un amor humilde que una vez encontrado no se puede dejar jamás”.
El Tolima saltó a la cancha con el peso del favoritismo a sus espaldas. “El periodismo deportivo nos daba como finalistas, estábamos a un gol”, recuerda Diego Estrada, preparador físico del equipo. Ser los más opcionados constituye la primera mala señal para Ricardo Torres, corresponsal de uno de los diarios más prestigiosos del país, EL TIEMPO. “Es una cuestión de mentalidad. En Ibagué no tenemos mente ganadora”. El sol por fin daba tregua, el público estaba en pie para recibir a los once gladiadores que debían llevarlos a experimentar la adrenalina de disputar un título. El estadio rugía por primera vez en todo el semestre, y aquello también pesó. “Nos costó ver la casa llena, – recuerda Castro con una expresión de lástima en sus ojos – estábamos acostumbrados a jugar ante solo tres mil personas”.
Inició el partido y “el equipo que a punta de grandes esfuerzos había llegado hasta esta instancia parecía haber sido reemplazado por uno completamente desconocido”, cuenta Estrada. “Un equipo sin alma, sin huevos”, dice Arbeláez. Ante la falta de actitud de sus jugadores la barra brava, que para Carlitos es la “deidad en el templo que es todo estadio” fue modificando paulatinamente el tono de sus coros: de la declaración romántica de fidelidad eterna se pasó a las bruscas exigencias. Pero a diferencia de otros partidos con características similares, las demandas no solo provenían de la tribuna sur. “El estadio, todo el estadio, se fue calentando con el correr de los minutos” recuerda Torres, quien cubría el juego a pocos metros del banco técnico y sentía el espesor del ambiente. “Niños de 12 años se levantaban con vehemencia a exigir cambios”. Algo fuera de lo cotidiano estaba por suceder.
A diez minutos del final, ya entrada la noche, la desesperación en las graderías y en el banco técnico parecía alcanzar su punto máximo. Ni los reclamos provenientes de la tribuna, ni los cambios ordenados por el cuerpo técnico lograban hacer reaccionar el equipo. Entonces ocurrió lo que Castro veía venir desde que percibió aquella apatía incómoda en el camerino norte. Víctor Cortés, delantero rival, envió el balón a la red del conjunto tolimense, en una jugada rápida que pareció más un sablazo que un gol. Los segundos siguientes fueron largos, difíciles. El silencio reinó. “Un impresionante silencio de 20 mil personas, un silencio que habla”, recuerda Carlitos, quien enfocó su videograbadora en “los ojos de Laura, la niña que toca el redoblante, y no pudo evitar llorar”. Otra vez el sueño de ser campeones parecía desvanecerse sin mayores explicaciones y por eso la profundidad de aquella mudez. “Cuando la mujer que tu amas se silencia es más duro que cuando te insulta”, reflexiona el líder de la barra. En el costado sur del estadio se rompió la afonía: a ritmo de trompeta se entonó un coro que dirigió de inmediato todas las miradas al palco de preferencia donde se encontraba, acompañado de su familia, Gabriel Camargo Salamanca, máximo accionista y presidente del club. El cántico que atacaba directamente la reputación del directivo, o la de su madre para ser más específicos, “se contagió a todo el estadio. Especialmente a la tribuna numerada, la más costosa. El dinero no es garantía de una buena educación ni de un buen comportamiento” dice Torres. Para Carlitos, lejos de estar relacionado con la educación, “el madrazo es un desfogue”. “Sentí lo que sentiría si viera a unos hijos insultar al padre que les ha dado todo”, dice Ricardo Salazar, gerente del equipo. Aquellos improperios traían consigo una acusación moral. Reproche que una buena parte de los asistentes al estadio sostuvo aquella noche de rabia y dolor en Ibagué. “Veinte mil personas no se pueden equivocar”, enfatiza sobre el tema.
--El rumor--
Desde que obtuvo su primer campeonato en diciembre del 2003, el Deportes Tolima ha estado muy cerca de volver a conseguir un título. Sin embargo, “ha faltado el remate” reconoce Salazar, quien ha estado al frente de la institución durante la última década. “Lo sucedido la noche del 7 de julio fue la manifestación de la fuerza que ha ganado un cuento que al repetirse tantas veces termina por parecer una realidad”, analiza Torres. “Dice la gente en Ibagué que Camargo vende los partidos, y por eso no ganamos nada”, explica Arbeláez. “Ni bobos que fuéramos. Para el miembro de un equipo no hay nada más hermoso que ser campeón. Antes que el dinero está el prestigio de recibir un trofeo, salir en una foto y poderle mostrar a sus hijos que fue campeón”, relata Estrada. “Eso son bobadas que se inventan los medios malintencionados. Incluso económicamente no hay nada mejor para un club que ser campeón”, reitera Salazar.
--La decisión--
Cuatro días después nadie quería hablar del tema. Traerlo a colación era salar una herida que de a poco empezaba a cerrarse. El silencio lo rompió en quince líneas Camargo Salamanca, quien tuvo que salir escoltado por la policía unas noches atrás. “Con un ciclo cumplido y ante los últimos acontecimientos el grupo de socios que represento, hemos decidido poner en venta las acciones del Club”, expresaba en una carta enviada por el directivo al Alcalde de Ibagué Luis Rodríguez y el Gobernador del Tolima Luis Carlos Delgado, en la cual añadía: “Creo que son ustedes los llamados a liderar la compra del paquete accionario y garantizar su permanencia en el departamento y la ciudad”. A quienes conocen del tema les bastaron estas líneas para predecir una tormenta. “El problema no es que Camargo se vaya, el problema es que no hay quién le suceda” reflexiona Arbeláez, quien dice que en Ibagué a nadie le interesa hacerse cargo, “es una vergüenza la amargura de la Ciudad”. La alcaldía y la gobernación dejaron en claro rápidamente que no estaban en condiciones económicas de comprar las acciones. Así las cosas, el Vinotinto y oro podía salir de la que había sido su casa por casi 60 años, “no porque en Ibagué no haya empresarios capaces de adquirir el paquete accionario avaluado en 30 mil millones de pesos, sino porque ellos no lo van a hacer”, anota Torres. “Un equipo en estas condiciones, con una de las taquillas más bajas del país no es rentable para nadie”, manifiesta Salazar.
--Incertidumbre--
Martes 24 de septiembre. Han pasado casi tres meses desde la noche del 7 de julio. Nada volvió a ser igual en la concentración del equipo pijao. Eran las 7:30 de la mañana en el parqueadero principal del ‘Coloso de la 37’. Lentamente van apareciendo periodistas en busca del profesor Castro, el primero, casi siempre, en llegar. Es tarde, al menos en el reloj del entrenador quien ya ingresó a las instalaciones del estadio. Frente al portón está Miguel, ‘El chef del Vinotinto’, dicen riendo los comunicadores que le acompañan. El cocinero, tímido con los desconocidos y afectuoso con los miembros del equipo, supera ya los 40 años. Llega el estadio con su bata quirúrgicamente blanca, en una pequeña moto acondicionada para traer ingredientes, jarras y hasta una estufa portátil. Miguel es uno de los tantos ibaguereños madrugadores que no tiene ingresos estables, mucho menos prestaciones, y que encuentra en el Deportes Tolima algo más que una distracción.
Con el paso de los minutos van arribando los jugadores, muchos de ellos protagonistas de aquella eliminación. Ántony Silva, capitán del equipo, “de los pocos que cree en esta causa”, según Arbeláez, llega sobre la hora límite en su automóvil negro. Saluda con cordialidad a los periodistas que vienen a cubrir el entrenamiento, despojado de la bravura que evidencia en el terreno de juego, y se dirige a Miguel para pedir algo de desayuno. Antes de ingresar es abordado por una señora que le ofrece boletas para participar en la rifa de un reloj que seguramente Silva puede pagar. El Capitán saca un billete de su bolsillo, y cuando su interlocutora va a entregarle la diferencia él le pide conservarlo, explicándole que le quiere comprar cinco boletas. “Es un caballero, aunque todo esto le haya afectado un poco el carácter”, comenta Torres al presenciar la escena.
Para Ricardo, un periodista deportivo que creció siguiendo al Deportes Tolima por influencia de su padre, “la desaparición del equipo supondría un impacto muy fuerte para las familias que viven gracias a esto”. En el ejercicio de su profesión Ricardo ha hecho amistad con vendedores de tinto, agua, empanadas y lechona, y sabe lo que implicaría la ausencia del Tolima en una ciudad con una tasa de desempleo cercana al 13 por ciento. “Eso sin mencionar el golpe emocional para aquellos que, en una ciudad con pocas alternativas de entretenimiento, han hecho de esto un estilo de vida”.
Carlos Castro camina cabizbajo por el terreno de juego mientras los jugadores se preparan para iniciar el calentamiento. “Si alguien siente una derrota soy yo. El Tolima lo es todo para mí”, dice el profe, quien ha estado vinculado a la institución casi toda su vida, como recogebolas, jugador y ahora desde el banco técnico. Sin duda está preocupado, su “querido Tolima”, constante protagonista de los últimos torneos, no gana hace tres fechas y está lejos de los lugares de privilegio en la clasificación de la Liga. Sumado a esto la asistencia a los partidos es cada vez más baja en Ibagué, en parte, porque no se aprueba su labor. “Los pocos que vienen no dan para sostener un equipo que esté peleando primeros lugares”, lamenta el entrenador, con un acento que delata su tolimense origen. En su tierra natal muchos ya olvidaron la entrega con la que disputaba cada partido cuando vistió en la década de los 90 la camiseta Vinotinto y oro, y ponen en tela de juicio su coeficiente intelectual o su moral, lo cual es más grave para él. “La gloria no la compra ningún dinero. Ser campeón es algo que no se puede pagar”. Al terminar el entrenamiento Castro llena su Peugeot QP 206 de juveniles que aún no tienen para llegar en carros propios, sube el volumen de su radio y se marcha en busca de su almuerzo.
Gabriel Camargo, “un adinerado afiebrado del fútbol”, según Salazar, decidió no responder llamadas. El ‘Senador’, de 71 años, quien fue legislador de la República en dos ocasiones es “un jeque” para Arbeláez, “un actor” para Carlitos, “el capitán de un barco” para Torres, y “un luchador incansable y solitario” para Salazar. Es capaz de despertar desde el odio profundo, hasta un respeto que raya en la sumisión: nadie que haga parte del Deportes Tolima se refiere a él sin utilizar el Don previo a su nombre, o sin dotarlo de un cargo que ya no ostenta. El sonar de su nombre detiene cualquier entrevista y obliga a detener lo que sea que se esté haciendo para atender su llamada.
Ante el sepulcral silencio del exsenador, ‘Pitirri’ Salazar, gerente de la institución, y mano derecha de Camargo, es quien responde preguntas. Atiende solo a aquellos que pasan el filtro de su secretaría en las instalaciones del Club, a pocas cuadras del estadio Murillo Toro. Este santandereano, hombre de fútbol, demora cada una de sus respuestas y esquiva con virtud preguntas complejas. Ojos, oídos, voz y hasta mensajero de Camargo, quien reside en Bogotá. Es “el que más conoce sobre el tema. El único que sabe la verdad”, según sus propias palabras. “Hemos logrado tener un equipo importante recogiendo lo que sobra de otros, fichando jugadores antes que sean figuras que no podamos pagar”. Salazar se empeña en evidenciar los sacrificios que hace el senador para “llevar en sus hombros un equipo que está perdiendo cerca de $400 millones de pesos al mes y enfrentarlo a escuadras millonarias como Nacional”, que según la Superintendencia de Sociedades, encabeza la lista de las utilidades del sector con ingresos cercanos a los $7.800 millones anuales y paga salarios cercanos a los $70 millones. “Es como poner a competir un Renault 4 con un BMW”, resume el Pitirri. “El insulto es grave pero no más grave que el aspecto financiero. Este equipo no es rentable. Esa es la verdadera crisis”, finaliza Salazar.
--La noticia--
Es 25 de septiembre, han pasado más de tres horas desde que se cerraron las puertas de un lujoso salón en el Club el Nogal de Bogotá. Adentro, el presidente del Deportes Tolima Gabriel Camargo, todos los miembros de su junta directiva, el Alcalde de Ibagué y el Gobernador del Tolima. Afuera, a cientos de kilómetros, un pueblo que a falta de noticias se dedica a especular. En medio de un silencio que se volvió ritual, al menos con la gente de Ibagué, Camargo abandona el recinto sin ratificar o desmentir ninguna de las especulaciones que los días y el silencio han tejido. Los medios más importantes a nivel nacional buscan a personas cercanas al empresario y se apresuran a poner en su boca la decisión de echar para atrás la determinación de vender sus acciones. Juan Manuel, el niño de 12 años que ha sufrido, impotente, con la “posibilidad de que la pasión de toda una región se mude a otro estadio”, sonríe y aprieta el puño al enterarse de la disposición. Los habitantes de la Capital musical coinciden en que este no ha sido más que un capítulo de la novela de amor entre Camargo y el Deportes Tolima, los cuales parecen no concebir su existencia si el otro faltase.
Sin embargo, el paso de los días se encargará de demostrar que aquella tarde en Bogotá no se pusieron puntos finales, sino que en su lugar, puntos suspensivos que avivan de nuevo la incertidumbre. Las tribunas cada domingo se ven más tristes que el anterior, a pesar de la información divulgada a nivel nacional el 25 de septiembre. El Gobernador aclaró un par de días después a una emisora local que “no es cierto que Camargo no tenga en venta al Deportes Tolima. No hay ofertas serias aún pero el equipo continúa en venta”. Información ratificada por el mismo exsenador que en una entrevista dada unas semanas después a un periódico de otra región, en el que confirmó que no regresará a Ibagué, y que existen propuestas en varias ciudades del país, encabezadas por nombres con historia en la institución como Jorge Enrique Rueda, presidente del Club en el 2003.
El Deportes Tolima va más allá de ser un equipo de fútbol. En los colores que ha vestido durante casi 60 años, Vinotinto y oro, encajan perfectamente los recuerdos y los anhelos de toda una región que ve en esta institución una pieza irremplazable del rompecabezas de su esencia. En el silencio hondo que recorre las tribunas prácticamente vacías del Murillo Toro se percibe un lejano murmullo de gloria, pasada y venidera. Sin embargo, si el murmullo no se hace grito, si las graderías no vuelven a llenarse, si Camargo no regresa, probablemente muy pronto no sea más que un nostálgico recuerdo, un amargo último sorbo.