Foto tomada de Internet
Por: Mario Alejandro Rodríguez ([email protected])
Llegó un nuevo amanecer para la tricolor en la Copa América. En medio de un panorama tenebroso, custodiado por los fantasmas del fracaso y la desesperanza, apareció una pequeña ráfaga de luz que encendió los corazones de millones de compatriotas. Un viejo conocido en las lides del balompié nacional decidió tomar el mando de la ‘nave’ y, pese a las fuertes corrientes que la acosaban, supo sortear la marea y llevar a puerto seguro el emblema de todo un pueblo.
La ‘sele’ dejó a un lado el estilo que la hizo famosa en los 90. El sucesor de aquel 10 inmortal aún es buscado con urgencia por los amantes de la lírica y la estética del ‘jogo bonito’; elementos que distan del resultadismo y de la marrullería como medio para obtener la gloria.
El juego del ‘toque–toque’, en torno a brillante melena dorada, parece extinguirse lentamente en el país que un día lloró de alegría con las grandes gestas de una generación inolvidable. Es innegable que aquélla -la camada de René, Andrés, Leonel, el Pibe, Rincón, Asprilla, Córdoba, el ‘tren’, entre otros- dejó una marca imborrable en nuestra historia deportiva, pero, ante la impotencia de un eslabón perdido en la dinastía, se resistió rebeldemente al paso inalterable del tiempo.
En su lugar, se ha intentado con afán y desesperación -más que con convicción- adoptar una nueva identidad nacional. El deseo de la mayoría se convierte en una utopía cuando la diversidad étnica, racial, ideológica y, por supuesto, futbolística, influenciada por los prejuicios y el regionalismo, dificulta un punto de convergencia sobre el cual se construya con firmeza un nuevo proyecto.
Los múltiples y dolorosos reveces, uno tras otro, debilitaron nuestro espíritu de estar como antaño en la élite continental. Las reservas a Corea y Japón, Alemania y Sudáfrica sufrieron una cancelación abrupta, debido a la falta de planificación y de trabajo coherente de la dirigencia, técnicos y jugadores.
Sin embargo, este mes en Argentina volvió a aflorar la esperanza de un mar de ilusiones. El amor por la divisa resurgió de las cenizas y las brasas, apagadas por años enteros, ardieron de forma incontrolada gracias a un grupo de guerreros que dejó hasta el alma en pro de un sueño. Jujuy fue el punto de partida de una campaña que encontró en Córdoba un inesperado final, pero que alcanzó a proyectar su imagen a fronteras inimaginables.
Ante una selección Costa Rica destacada por la juventud de sus integrantes, la picardía de Adrián Ramos brindó la primera victoria en la versión 43 del certamen copero. ‘Adriancho’ rompió el temor del debut y comenzó a llenar de optimismo a una escuadra que entusiasmó a propios y extraños.
Frente a Argentina, dueña del favoritismo absoluto en el Grupo A, el pundonor estuvo en su punto más fulgurante. Con una decisiva vocación de orden y entrega, el combinado nacional puso contra las ‘cuerdas’ al todopoderoso Lionel Messi y su corte. El ‘mago’ del Barça sucumbió ante la marca arreciante de la recuperación ‘cafetera’, secundados por un verdadero gladiador en el césped: el capitán, Mario Alberto Yepes.
La ‘sele’ dejó a un lado el estilo que la hizo famosa en los 90. El sucesor de aquel 10 inmortal aún es buscado con urgencia por los amantes de la lírica y la estética del ‘jogo bonito’; elementos que distan del resultadismo y de la marrullería como medio para obtener la gloria.
El juego del ‘toque–toque’, en torno a brillante melena dorada, parece extinguirse lentamente en el país que un día lloró de alegría con las grandes gestas de una generación inolvidable. Es innegable que aquélla -la camada de René, Andrés, Leonel, el Pibe, Rincón, Asprilla, Córdoba, el ‘tren’, entre otros- dejó una marca imborrable en nuestra historia deportiva, pero, ante la impotencia de un eslabón perdido en la dinastía, se resistió rebeldemente al paso inalterable del tiempo.
En su lugar, se ha intentado con afán y desesperación -más que con convicción- adoptar una nueva identidad nacional. El deseo de la mayoría se convierte en una utopía cuando la diversidad étnica, racial, ideológica y, por supuesto, futbolística, influenciada por los prejuicios y el regionalismo, dificulta un punto de convergencia sobre el cual se construya con firmeza un nuevo proyecto.
Los múltiples y dolorosos reveces, uno tras otro, debilitaron nuestro espíritu de estar como antaño en la élite continental. Las reservas a Corea y Japón, Alemania y Sudáfrica sufrieron una cancelación abrupta, debido a la falta de planificación y de trabajo coherente de la dirigencia, técnicos y jugadores.
Sin embargo, este mes en Argentina volvió a aflorar la esperanza de un mar de ilusiones. El amor por la divisa resurgió de las cenizas y las brasas, apagadas por años enteros, ardieron de forma incontrolada gracias a un grupo de guerreros que dejó hasta el alma en pro de un sueño. Jujuy fue el punto de partida de una campaña que encontró en Córdoba un inesperado final, pero que alcanzó a proyectar su imagen a fronteras inimaginables.
Ante una selección Costa Rica destacada por la juventud de sus integrantes, la picardía de Adrián Ramos brindó la primera victoria en la versión 43 del certamen copero. ‘Adriancho’ rompió el temor del debut y comenzó a llenar de optimismo a una escuadra que entusiasmó a propios y extraños.
Frente a Argentina, dueña del favoritismo absoluto en el Grupo A, el pundonor estuvo en su punto más fulgurante. Con una decisiva vocación de orden y entrega, el combinado nacional puso contra las ‘cuerdas’ al todopoderoso Lionel Messi y su corte. El ‘mago’ del Barça sucumbió ante la marca arreciante de la recuperación ‘cafetera’, secundados por un verdadero gladiador en el césped: el capitán, Mario Alberto Yepes.
Y, como broche de oro de una primera fase impecable, el ‘tigre’ Falcao rugió más fuerte que nunca con la ‘tricolor’, y con dos anotaciones a una sorpresiva Bolivia selló el paso a los cuartos de final del torneo más antiguo del mundo.
Siete puntos, tres goles a favor y cero en contra, se convirtieron en una excelente carta de presentación para salir a pelear de frente la Copa, pero el sueño -el mismo que alimentamos desde el pitazo inicial con total devoción- se desvaneció en un soplo. En un abrir y cerrar de ojos, el Perú de Sergio Markarián aterrizó nuestras esperanzas y nos envió a casa con un 2-0 lacónico sobre el final del encuentro.
Esta decepción dejó un sabor distinto a las anteriores. No fue la habitual amargura la que se apoderó de los aficionados, producto de los fracasos ya mencionados. El sentimiento que embargó a gran parte del territorio patrio fue el de orgullo: sí, orgullo, porque con una camada de jugadores renovada y un espíritu de triunfo reconfortado, el anhelado recambio generacional muestra visos de su llegada.
El juego, sin duda, ha sufrido grandes transformaciones. Del colectivo lateralizante y virtuoso, rico en técnica y gambeta, hemos trascendido a un estilo más vertical, vertiginoso, que tiene en su estructura dos laterales con cualidades ofensivas y una zona medular sólida y ágil. Lo físico cumple un papel predominante para llevar a cabo esta misión, en la que se exige como regla ineludible la precisión de la zona atacante.
Para unos y otros, es de apreciación relativa -fracaso o éxito- que el regreso a una realidad en construcción haya sido con las manos vacías. Lo realmente importante es que una nueva ilusión resurge en el pueblo colombiano, después de 10 años de agónicas frustraciones. Sólo el trofeo continental obtenido en 2001 en Bogotá ha mitigado largas temporadas de silencio, caras largas y explicaciones sin fundamento.
En esta etapa, un puñado de hombres que tienen como el más firme propósito la consagración empiezan a escribir un nuevo capítulo en el libro de nuestro fútbol; siempre a pulso y sin descanso, con la frente en alto para recibir las críticas y el pecho listo para exaltar las victorias.